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Le voyage dans la lune



Hay momentos ideales para leer ciertos libros, llegan a nuestras manos y se adentran en nuestras mentes y corazones. He leído muchos libros en momentos inoportunos, historias que se me van de las manos, relatos que no consigo entender. Leer no garantiza el viaje.

Me acerqué a Jules Verne cuando tenía 15 años, no me sentía demasiado grande para llenarme de su fantasía. Desde ese entonces frecuentemente vuelven a mi mente escenas peculiares en momentos inesperados. La fantasía siempre tiene un parecido gigante con la realidad, los personajes ficticios son una máscara que permite ofrecer un relato más colorido de nuestras vidas.

Hoy me encontré con el corto de George Méliès Le voyage dans la lune con música de Air. La simplicidad de la historia y a su vez la magia que encierra me hizo pensar en Verne. El hombre maravillado por la luna y por el avance de la ciencia sueña con alcanzar aquel misterioso astro.

La luna dejó de ser una esfera divina en un cosmos armónico desde hace siglos. Las herramientas tecnológicas han acercado al hombre a aquello que consideraba impenetrable. Los adelantos científicos emocionan al escritor cuya imaginación empieza a cavilar algo que sucedería años después. El hombre iría a la luna y desentrañaría sus misterios.

La pasión con la que describe la construcción del cañón, la cápsula con los pasajeros, el interés de los empresarios deja ver su inocencia aún con respecto a los grandes adelantos tecnológicos. El viaje a la luna representa el viaje de todos los hombres a un mundo que va más allá de sus expectativas.

La historia de Méliès mezcla varios elementos de Verne y da más carácter a la luna. La dota de ojos y boca. En su interior hay un mundo prehistórico semejante al de Voyage au centre de la terre, los exploradores no caben de la emoción. El porqué de ese estado de cosas queda aún por explicar, la magia no se agota con llegar a la luna.

Cada que pienso en Verne recuerdo un mundo lleno de ilusiones, recuerdo que me encuentro en un microcosmos. Que en mi mente hay lugares a los que no he llegado y otros de los que debo de salir. Méliès pone colores a la pasión ya exaltada de Verne y lleva mi imaginación más allá de sus predisposiciones. Han pasado unos años, y ciertamente no parezco tener edad para seguir leyendo a Verne, pero sólo a través de su magia puedo soltarme de las cadenas que me atan a los convencionalismos.

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