Cada uno de los segundos de ese minuto fueron una eternidad. Viste la camioneta avanzar pero al mismo tiempo entendiste que sería imposible evitarla y antes de que tuvieras tiempo de pensar nada más ya les había golpeado. Él tomó el volante con gran determinación, incapaz de ayudar viste todo lo que te rodeaba, habían manchas de colores, a penas podías distinguir los objetos.
El auto giró en sí mismo, como un trompo y todo en el interior del coche parecía pasar en cámara lenta. Tuviste tiempo de pensar en los consejos de tus amigos y padres sobre las cosas que deben hacerse y no en esas situaciones. Tenías la esperanza que eso terminaría pronto, pero todo seguía moviéndose. Él seguía luchando con el volante mientras tu veías aproximarse la barda del puente.
Recuerdas esa barda, es lo único que no te parecía borroso. Sabes que te acercabas a ella a gran velocidad pero tuviste tiempo de pensar en tantas cosas que la sentías lejos pero inevitable.
Sentiste lástima por tus brazos y tus piernas, pensabas que ahí se iban a destrozar y que tu cuerpo no sería el mismo. Ya no tenías ojos para el conductor, tu mente estaba absorbida con la idea de perderse en esa barda naranja.
El auto se detuvo finalmente, se voltearon a ver, no tenían ni un rasguño, se vieron bien y a penas podían hablarse. Personas preocupadas te hablaban y no eras capaz de responderles, volteabas a verlo esperando que él dijera algo. No parecías entender las preguntas que te hacían, no sabías si moverte o quedarte inmóvil.
Incluso en la noche, cuando ya estabas segura en tu cama, la idea de que habían esquivado la maldita barda seguía impresionándote. No pudiste dormir esa noche, sentías el peso de tus brazos y de tus piernas intactos. Él te tomaba la mano y se te olvidaba un poco la imagen naranja. Cuando conseguiste dormir, los segundos eternos que se habían robado durante el accidente pasaron corriendo durante tu sueño. A penas tuvieron tiempo para descansar que ya era de día.
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