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Mostrando entradas de julio, 2011

Noches de fiesta

Vas al encuentro de una copa de vino, de un whisky en las rocas, de un tequila barato o de un ron cualquiera. Te inventas gustos refinados para disfrazar tu falta de categoría, los zapatos que no combinan con la camisa, el pantalón a rayas, el saco a cuadros. Untas el foie gras como se unta la mantequilla, de tres tenedores usas siempre el mismo, tu lugar siempre termina rodeado de migajas de pan. Caminas con el brazo medio levantado, la muñeca ligeramente doblada, como si quisieras mostrarle a todos que acabas de hacerte un manicure. Te rodeas de gustos y placeres exóticos para disfrazar el vacío que ves en ti. Bebes una copa, dos, la botella, has olvidado que te encuentras en un bar lleno de todo o que odias. Mujeres en mini falda que se entregan con soltura a las manos de un señor de jeans y botas de cuero, música electrónica que no sabes bailar, mujeres que te ven desinteresadas, hombres que se rodean de hombres con dinero. Los odias a todos porque tú no sabes cómo estar ahí donde

La mujer en Émile Zola

Me gusta la fuerza con la que están impregnadas las novelas de Zola, la agudeza de sus descripciones y su habilidad para describir el mundo. Llama nuestra atención hacia los detalles más pequeños, que constituyen el escenario en el que sucederán todas las cosas. La narración es fluida, los sucesos se siguen de manera natural, a tal grado que difícilmente se podría pensar que la historia pudiera tomar otro camino. No sólo dibuja los eventos, narra una historia que puede competir con el trabajo de periodistas y sociólogos. Zola no se aventura a sacar conclusiones de ningún tipo, simplemente muestra al lector lo que tiene frente a él, el lado primitivo del hombre junto con su presupuesta civilización y progreso. Las novelas están impregnadas de trazos oscuros, no por su falta de claridad o de datos, sino por una suerte de pesimismo. No pretendo abarcar su obra en este artículo, lo cual sería ingenuo y absolutamente imposible. En cambio, ofrezco una reflexión sobre el papel de las mujeres

Libélula

Mi nombre es libélula cuando sale de tus labios, soy libélula cuando tus manos recorren mi cuerpo, siento libélulas cuando dices que me amas. Jugamos a encontrarnos. Entre vuelos y risas se encuentran los ojos, ojos verdes, ojos cafés, no se sabe. Vuelo sobre tu cuerpo que es aire. Y te escucho nombrarme con tus ojos cambiantes. Y vuelvo a tus labios para convertirme en tu aliento.

Libro

Terminó su café y cerró el libro, pensó dejarlo sobre la mesa, pero alguien pensaría que lo había olvidado y se lo devolvería. No era un mal libro, de hecho era una valiosa traducción del árabe de poemas anónimos, simplemente había llegado el momento de dejarlo atrás. Muchos de esos poemas habían quedado grabados en su mente y no necesitaba más. Quería dejarlo en un lugar especial, donde alguna persona interesante e interesada supiera encontrar en él la magia de la buena poesía. Pasó a un lado de la fuente, de los jardines de flores, de los bancos invadidos por vagabundos o parejas domingueras. Entró al kiosko de la plazuela y nada le parecía. Finalmente tomó las calles empedradas que rodeaban el Zócalo, se asomó en las capillas impregnadas de humedad y polvo, camino a lo largo de los grandes jardines de las casas adineradas y nada le llamaba la atención. Finalmente llegó a un pequeño parque, el último del pueblo, aquél parque sólo tenia un árbol, su copa era gigantezca y el tronco era

Sonia

La chica se sentó en el sofá, sus brazos cayeron sobre sus piernas inertes, la cabeza se mantenía erguida y los ojos miraban con detenimiento la mancha de una mosca aplastada en la pared. Un par de ojeras arruinaban sus ojos verdes y su piel empezaba a tener un tono amarillento. Llevaba tres o cuatro días sin comer, a penas había tocado el vaso con agua que se había servido aquél día y llevaba el mismo tiempo sin salir del cuarto. Detrás de esos ojos no había nada, ni dolor, ni ira, ni sueño, nada; permanecían abiertos, dándole una mirada estúpida, de alguien que siempre está esperando algo. Murmuraba, con cierto dolor, una oración inteligible. El sofá se hacia cama, y su delgado cuerpo temblaba bajo las sábanas. La verdad era ineludible, dormiría sola esta y todas las noches que vinieran. La casa tan silenciosa de costumbre no dejaba de quejarse, la madera tronaba, las tuberías se acomodaban, el agua goteaba, el viento pasaba por debajo de las ventanas y el tic-tac del reloj parecía s

Adolescencia tardía

Se fue sin comer con un cigarro en la mano, cerró la puerta de un golpe y no volvimos a saber de ella hasta la noche. Nos dijo que algún día entenderíamos que no se puede ser perfecto, lamentaba no habernos ciudado como debía y nos pidió que la comprendiéramos. Yo preparaba un pastel y estaba concentrada en conseguir una mezcla homogénea mientras que él arreglaba un mueble cuyas puertas no podían abrirse más por temor a quedarse con una de ellas. Su voz resonaba como un eco, frases tan viejas que podría recitarlas antes que ella abra la boca. Caminaba un tanto desesperada a nuestro alrededor y podíamos adivinar sus pasos, sus gestos, todo sin siquiera verla. A fin de cuentas no lamentaba que él hubiera perdido su trabajo, ni que yo siga sin conseguir uno, lamentaba que tras tantos años de convivencia no hayamos aprendido de ella. Sí es una pena, pero ¿qué se le hace? No es que yo sea una mantenida, antes muerta, sin embargo no por eso me pondré a barrer las banquetas del vecindario. M