Se fue sin comer con un cigarro en la mano, cerró la puerta de un golpe y no volvimos a saber de ella hasta la noche.
Nos dijo que algún día entenderíamos que no se puede ser perfecto, lamentaba no habernos ciudado como debía y nos pidió que la comprendiéramos. Yo preparaba un pastel y estaba concentrada en conseguir una mezcla homogénea mientras que él arreglaba un mueble cuyas puertas no podían abrirse más por temor a quedarse con una de ellas. Su voz resonaba como un eco, frases tan viejas que podría recitarlas antes que ella abra la boca. Caminaba un tanto desesperada a nuestro alrededor y podíamos adivinar sus pasos, sus gestos, todo sin siquiera verla. A fin de cuentas no lamentaba que él hubiera perdido su trabajo, ni que yo siga sin conseguir uno, lamentaba que tras tantos años de convivencia no hayamos aprendido de ella.
Sí es una pena, pero ¿qué se le hace?
Sí es una pena, pero ¿qué se le hace?
No es que yo sea una mantenida, antes muerta, sin embargo no por eso me pondré a barrer las banquetas del vecindario. Mi perfil, aunque lo niegue, no tiene nada de especial, licenciatura, maestría, cuatro idiomas, en fin nada nuevo; mis intereses me hacen una buena amiga pero no me acercarán a ningún empleo formal. Sé muchas cosas pero eso no le sirve al mundo, o en todo caso no a este mundo.
Él tuvo suerte de encontrarse un trabajo "decente" pero tampoco era lo que le correspondía. Y hablar de estas cosas frente a ella no tiene ningún sentido. Si uno quiere un trabajo se esfuerza en conseguirlo y mantenerlo, si nos corresponde o no, no nos toca decidirlo. Al vernos no nos reprochaba absolutamente nada, sino se reprochaba a sí misma el habernos hecho tan débiles y dependientes.
Pero todo eso era innecesario, la palabrería, los gestos, las llamadas de atención, en fin, absolutamente todo. Al fin y al cabo nosotros entendíamos (porque no somos ningunos tontos) que tendríamos que adaptarnos a un trabajo mediocre para intentar tener una vida no tan miserable. Sabíamos que mi nombre no saldría en los periódicos ni en los libros de historia. Sí, todo eso nos quedaba más que claro, simplemente queríamos decir lo triste que nos ponía saber todo eso y cuánto nos enojaba la indiferencia de todos los demás, la resignación, en fin, todas esas cosas. No conseguimos decirle todo eso porque ya se había ido, con su cigarro, a pensar en todos los errores que había cometido, errores que nos habían malcriado.
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