Una torre alta, hecha de cobre, de todo tipo de cubiertosm bandejas, jarras, etc. Se formó sobre el techo de un edificio de estilo clásico y le daba un aire de catedral pagana. En la misma calle, pero en la esquine de enfrente, un edificio de tipo flamenco se imponía sobre todos los demás, donde uno esperaba ver una piedra gris se levantaba un mármol verde bellamente tallado.
Ese día tomamos el autobús para regresar a Lille de París. A las 19:00 un gran bus azul nos esperaba, parecíamos ser los últimos en llegar porque tan sólo al tomar nuestros asientos arrancamos. Lucía nos indicó nuestros asientos y quizá por la hora todos parecían querer dormir, excepto nosotros. El trayecto es de aproximadamente 3 horas y no hay mucho paisaje que ver, Lucía observa el camino preocupada, pero no nos dice nada.
Todo el día había llovido, la monotonía del cielo y del clima nos aburre y nos dormimos. Al despertar el cielo está negro y al horizonte vemos un rayo furtivo de sol. Marco y yo nos observamos, estamos lívidos, ¿hacía dónde nos dirijimos? Ya van más de tres horas de autobús y nosotros no hemos llegado, acudimos a Lucía con la mirada y nos observa a su vez con una sonrisa burlona. No alcanza a decirnos lo que ya adivinamos, ese autobús va a Londres. Lucía nunca se equivoca, y aún así... Siendo ella nuestro guía toma la iniciativa de ver al chofer, este amablemente nos propuso de volver con él en la noche pero en un autobús más chico y probablemente en el espacio de las maletas. Marco quería saltarle encima y romperle todos sus dientes, pero dada nuestra situación era mejor eso a nada.
Así llegamos a Londres, un par de euros en los bolsillos y tres palabras de inglés en los labios "hello", "thank you" y "excuse me". El cielo estaba de nuevo gris y monótono, aún más bajo que el de Lille como si fuera un techo de nubes angustiadas. El autobús nos dejó en un gran parque desde el cual prometió recogernos a las 21:00.
Al otro extremo del parque había un edificio tipo flamenco de un mármol verde resplandeciente. Fui la primera en correr hacia esa esquina, detrás de mi estaban Marco y Lucía. Nos detuvimos entre la catedral pagana y ese monumento color esperanza fascinados. Sólo un ruido nos sacó de nuestro estupor, la maquinaria de un tren viejo que se acercaba a toda máquina, volvimos a la banqueta desde donde boquiqbiertos observamos un tren de vagones de colores y estilo barroco pasar entre carruajes, turistas y gente de negocios. Casi hasta el final se detuvo y ahí vimos aparecer un hermoso muchacho pelirrojo lleno de pecas, vendía tríangulos de pizza, pero no más de dos por persona o por grupo de personas. Encantados por ese espectáculo tan inesperado nos acordamos que teníamos hambre y un par de euros entre los tres, le compramos un pedazo de pizza, tardándonos en decidir, para darnos tiempo de admirar la visión del tren, el vendedor, la catedral y el mármol.
Ese día tomamos el autobús para regresar a Lille de París. A las 19:00 un gran bus azul nos esperaba, parecíamos ser los últimos en llegar porque tan sólo al tomar nuestros asientos arrancamos. Lucía nos indicó nuestros asientos y quizá por la hora todos parecían querer dormir, excepto nosotros. El trayecto es de aproximadamente 3 horas y no hay mucho paisaje que ver, Lucía observa el camino preocupada, pero no nos dice nada.
Todo el día había llovido, la monotonía del cielo y del clima nos aburre y nos dormimos. Al despertar el cielo está negro y al horizonte vemos un rayo furtivo de sol. Marco y yo nos observamos, estamos lívidos, ¿hacía dónde nos dirijimos? Ya van más de tres horas de autobús y nosotros no hemos llegado, acudimos a Lucía con la mirada y nos observa a su vez con una sonrisa burlona. No alcanza a decirnos lo que ya adivinamos, ese autobús va a Londres. Lucía nunca se equivoca, y aún así... Siendo ella nuestro guía toma la iniciativa de ver al chofer, este amablemente nos propuso de volver con él en la noche pero en un autobús más chico y probablemente en el espacio de las maletas. Marco quería saltarle encima y romperle todos sus dientes, pero dada nuestra situación era mejor eso a nada.
Así llegamos a Londres, un par de euros en los bolsillos y tres palabras de inglés en los labios "hello", "thank you" y "excuse me". El cielo estaba de nuevo gris y monótono, aún más bajo que el de Lille como si fuera un techo de nubes angustiadas. El autobús nos dejó en un gran parque desde el cual prometió recogernos a las 21:00.
Al otro extremo del parque había un edificio tipo flamenco de un mármol verde resplandeciente. Fui la primera en correr hacia esa esquina, detrás de mi estaban Marco y Lucía. Nos detuvimos entre la catedral pagana y ese monumento color esperanza fascinados. Sólo un ruido nos sacó de nuestro estupor, la maquinaria de un tren viejo que se acercaba a toda máquina, volvimos a la banqueta desde donde boquiqbiertos observamos un tren de vagones de colores y estilo barroco pasar entre carruajes, turistas y gente de negocios. Casi hasta el final se detuvo y ahí vimos aparecer un hermoso muchacho pelirrojo lleno de pecas, vendía tríangulos de pizza, pero no más de dos por persona o por grupo de personas. Encantados por ese espectáculo tan inesperado nos acordamos que teníamos hambre y un par de euros entre los tres, le compramos un pedazo de pizza, tardándonos en decidir, para darnos tiempo de admirar la visión del tren, el vendedor, la catedral y el mármol.
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