Veo tu rostro perdido en los recuerdos de otro universo, donde soy tu orgullo, lo que siempre supiste que podía ser. Te veo y siento que mi corazón se oprime, los párpados me pesan y quisiera perderme en el olvido. Pero tu rostro siempre vuelve a mí, siempre alegre; tus labios siempre listos para decirme que hago bien de ser como soy, de vivir como vivo. Pero no me siento a la altura de tus palabras.
Me veo al espejo y estás ahí, en mis ojos, en mis labios, en mi cabello y mi cuerpo entero. Soy parte de quién eres, soy lo que quisiste que fuera y lo que no imaginaste que podía ser. Emprendí el mundo de oportunidades que ya habías abierto, titubeando, obligada a seguir andando, inevitablemente creando nuevas posibilidades.
El corazón me pesa cada vez más, los párpados se cierran...olvido, me olvido de tus arrugas, de tus lunares, de cada una de tus perfecciones. Pero no puedo esconderme de ti, tu nombre me duele, el corazón cada vez más oprimido, más pesado, más difícil de soportar.
Desde hace tiempo me he vuelto inmune al vino, no me hundo más en la nada. El corazón implora mis cuidados, como un niño debilitado por la presión que se la impuesto, un niño sólido pero ya cansado, incapaz de soltar por sí mismo su carga.
He pasado la edad en la que uno simplemente se abandona en el olvido, ha pasado el tiempo en el que el vino lo vaciaba e inundaba todo de nuevo de sentimientos más ligeros, es momento reestructurar mi memoria. Ideas perdidas en lo hondo de mi espíritu, imágenes vivas, escenas una y otra vez proyectadas. Reestructurarlo todo para hacerle frente al dolor, a la pena de no tenerte aquí y a la tranquilidad de saberte siempre tan orgullosa de mi.
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