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De ciudades y continentes

De este lado del mundo cuando salgo un poco de la ciudad o llego a sus límites me encuentro con castillos, cuando antes me topaba con pirámides, una especie diferente de edificio dedicado a la nobleza.
También aquí el sol no ilumina igual, me parece menos amarillo o su luz menos vibrante pero no por eso menos caluroso. La gente bajo el sol se llena de cierta alegría en estos rumbos, una alegría que por haber siempre vivido cerca del ecuador llevo en mi espíritu. Los colores me parecen casi pasteles, menos atrevidos, más discretos y hasta cubiertos de cierta elegancia. Con sus callejuelas París es romántico y agobiante, es como pasear en las calles estrechas de Guanajuato pero con gente siempre apresurada y agobiada por los deberes y tiempos de la ciudad. Las grandes avenidas dan la impresión de que en realidad todo va muy bien en la ciudad e incluso en el país. Es decir, ¿si hay castillos y jardines tan bellos qué tan mal pueden estar las cosas?
¡Pero qué ingenuidad la mía! La historia nacional se cuenta de distintas formas pero no puedo percibir en el tono de sus narradores nostalgia, desprecio o rechazo de los hechos. Quién sabe, quizá es algo propio de países conquistadores, eso de asimilar el pasado y avocarse a vivir lo mejor posible el presente. Pero los mexicanos no tienen esa serenidad y tienen razón hasta cierto punto, pero eso ya debería empezar a cambiar (por no decir que ya debería haber cambiado). El nacionalismo de por aquí se refleja en cosas sencillas, casi banales, por ejemplo en el supermercado se anuncia la procedencia de los productos de granja. Normalmente los productos nacionales son más caros pero aseguran la producción local y la calidad. Aquí no se ven banderas ondeando sobre la antena de un coche ni asomándose por una ventana, es algo todavía diferente, más crítico diría yo.
Así que hacerse a la idea de vivir aquí es extraño, sigo buscando algunas de mis referencias en las calles, aquí no hay jacarandas por ejemplo. Es común encontrarme con dos tipos de personas las que saben todo sobre México, incluso a veces pareciera más que yo y las que no saben nada, que asumen que Latinoamérica es una fusión extraña de países sin muchas diferencias. Y aunque los segundos en ciertas cosas no disten de la realidad, la verdad es que vivir en México, Venezuela, Colombia o Chile, por citar solo algunos, marca toda la diferencia. Sigo con la idea de que toda ciudad tiene un centro, pero el centro en este caso está en el interior de una iglesia y yo no hablo de un punto geométricamente céntrico, sino referencialmente, pero esa es otra historia.

Mi primera semana en tierras no tan extranjeras casi termina y tenía que sacar de mi corazón todas estas ideas que no son todas porque aún no hallo la manera de expresarlas en su totalidad.

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