Rondaba la treintena, su cuerpo, acostumbrado a una vida
sedentaria se había ensanchado, pero seguía siendo bastante atractivo. Sus
facciones daban la idea de que era de buena familia, pero en realidad venía de
un barrio popular de la ciudad. Tenía gran facilidad para hablar y podía
convencer a las mentes más testarudas de hacer casi cualquier cosa.
Nadie le había visto con una mujer, quizá en un bar o en un
café, pero nunca algo serio. Sus días se iban entre el trabajo y la maestría.
Su única ambición era hacerse profesor de literatura clásica alemana, fuera de
eso nada le importaba realmente.
Alma, estudiante de psicología, 20 años, pelirroja y
particularmente pequeña lo conocía por los talleres de literatura que daba su
universidad. Sus ojos verdes se perdían detrás de la mica gruesa de sus lentes,
tenía unos labios finos y rosados y pecas debajo de sus ojos y sobre su nariz.
Su voz era un poco aguda y suave, por lo que en lugares tumultuosos era casi
imposible comunicarse con ella.
Ese día Alma había amanecido con dolor de cabeza, tenía dos
exámenes y no estaba preparada realmente para ninguno. Uno de los profesores
había decidido mandar a uno de sus becarios con un paquete de hojas blancas en
las que los alumnos anotarían sus respuestas. Huele feo, no pueden meternos a tantos en un solo salón. Si temblara no
podríamos salir, nos quedaríamos atorados en la puerta. Por la ventana no
pasaba ni una pizca de aire y el calor comenzaba a nublar el juicio de los
estudiantes. Las plumas anotaban con absoluta seguridad las respuestas de los
dueños inseguros, inventando respuestas, repitiendo partes del libro o del
cuaderno.
Alma entregó su hoja a la media hora, no podía escribir más
puesto que no sabía más, ni menos porque hubiera sido ridículo. Había quedado
de ir por un café con Román, su amigo el literato, el profesor guapo, el
profesor joven. Como iba temprano, tomó tiempo para acomodarse el cabello con
una pequeña trenza que la hacía de media coletilla. Está muy viejo, seguro ya tuvo muchas mujeres, qué puedo presentarle yo
que no haya visto ya. Eso qué, sigue solo, estoy guapa, todos lo saben, da
igual.
En el café estaban dos ancianos, y una señora leyendo el
periódico. La música sonaba a jazz barato y el olor a grano molido impregnaba
el lugar. Se sentaron uno frente al otro, él iba de jeans y zapatos de vestir,
llevaba playera verde y el cabello peinado hacia atrás. Qué tonta soy, porqué lo saludé así, no debí sonreír tanto, va a creer
que me tiene asegurada y no está así la cosa. Empezaré yo a hablar o no, no sé.
No había mucho que observar a su alrededor, por lo que rápidamente el
ambiente empezó a parecer incómodo. La llegada del mesero rompió el silencio y
ambos pidieron con premura un café americano sencillo. ¿Americano sencillo? Si yo venía con la idea de un capuccino, porqué
dije eso, esto va a ser un fracaso.
Román que había acordado esta cita porque coincidía con una
de las tantas horas muertas que tenía en la semana lamentaba no haber tenido
nada que leer en esa semana. Desde hacía dos semanas esperaba uno de sus libros
y no podía comenzar otro libro antes de que llegara ese. No estaba impresionado
ante las ganas de Alma por salir con él, más bien lo contrario le hubiera
parecido extraño.
Le contó de su nuevo proyecto de maestría, de películas
viejas de culto y de libros de literatura que ya nadie estudia. La verdad es
que Alma prestaba poca atención a todas esas cosas, era bastante inteligente
pero entendía lo que quería y registraba lo que le convenía. ¿Una cita para hablar de las cosas que sabe?
Para eso uno toma clases con él, quizá le aburro, quizá si yo fuera más lista
podría sacarle un tema de conversación que nos interese a ambos. O no, quizá es
un aburrido. Sus brazos cruzados y el café frío hubieran sido señales
claras para otro hombre, que no estuviera tan interesado en sí mismo, de que
Alma se aburría atrozmente. No quería parecerle atractivo y mucho menos
enamorarla, simplemente se consideraba el centro de atención del evento y
jugaba su papel correctamente.
No es tan guapo, de
hecho no tiene nada bello, el cabello relamido le hace ver viejo. Tiene ojeras
y sus ojos parecen vacíos, el cuello se le ensancha demasiado y puedo adivinar
un vientre blanco y grande debajo de su playera. Se ha acomodado en el sillón
como si fuera a dormirse ahí mismo y habla desde otro mundo, no es él quien
habla, es otro, está ausente.
Alma se paró rápidamente de la silla, al ver su reloj
recordó que tenía el segundo examen en cinco minutos. Se despidió alegre, como
si hubiera pasado una hora extraordinaria a su lado y corrió dejándolo con la
cuenta y su oración a medio decir. Al fin,
lo logré, salí con él y le dejé claro que no soy una de sus admiradoras.
Román terminó su oración aunque no hubiera nadie para
escucharla, tomó su celular y empezó a jugar con él. No quería irse así
simplemente, no estaba molesto, de hecho le daba igual pagar los cafés, estar
solo de nuevo. Sintió cierto alivio al verla alejarse pero no podía evitar
pensar que no había prestado atención a nada de lo que le había dicho. Lamentó
con más fuerza no haber tenido más ocupación que esa en el día.
Se vieron ese mismo día en la tarde, nada había cambiado,
Alma levantó dos veces la mano para aclarar algunos puntos sobre la tarea y la
lectura, el contestó sin cambiar el tono de voz que empleaba para sus clases. Esto está bien, lo prefiero así.
Comentarios
Publicar un comentario