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El diario

El viejo no se movía de la banca, tenía las piernas hinchadas y le dolían los pies. Veía, sin prestar atención, los niños jugando fútbol. El día estaba soleado y el aire estaba cargado de polvo. El bastón descansaba a un lado de la bolsa llena de cartas y papeles sueltos que el viejo no soltaba. No podría decirles cuanto tiempo llevaba allí, parecía esperar algo o alguien. Se mostraba resignado, como si su espera fuera una última señal de esperanza.
Empezó a sacar las hojas, acomodándolas según su tamaño, las más grandes detrás de las más pequeñas. Algunas volvieron a la bolsa arrugadas, las demás fueron leídas con mucho cuidado. Eran recuerdos, fragmentos de diario, unos fechados, otros sólo contenían palabras sueltas.

Lunes 27 de agosto 1950
Marco me prestó el dichoso libro, lástima que no me interesa leerlo. Volví a salir con Claudia, es muy bonita, pero tiene algo que no me gusta. Habla de todo con gran interés, me aburro, pero me gusta verla hablar.
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De no ser por sus amigos diría que me encanta estar siempre con ella.
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Miércoles 4 de septiembre 1950
Rubén, te pido perdón por lo del fin de semana, me siento un poco extraña ultimamente cuando salimos, como si no estuviéramos juntos. ¿Sigue en pie lo de cuerna verdad? Recuerda que te amo.
Claudia

El viejo metió esas hojas y otras que sólo hojeó de nuevo en la bolsa. Ya había pasado mucho tiempo desde que escribió esto, no recordaba qué había pasado ese fin de semana, pero podía sentir el mismo dolor que había sentido, una herida ya cicatrizada que la memoria no soltaba. Respiró profundamente y tomó otro paquete de hojas.

Sábado 12 de enero 1973
Sandro se volvió a meter en problemas, esperamos que salga del hospital, mis sobrinos están muy angustiados, tendrán que quedarse con su madre. Es un estúpido egoísta.
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1973, Sandro vuelve a casa, no pienso abrir la puerta, está durmiendo en el jardín, llamé a la policía.
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Claudia me regaló una cassette de Barry White, mañana es quincena, al fin nos pagan.
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Las notas seguían trayendo a su memoria eventos buenos y malos. No conseguía reconstruirlos del todo pero se volvía cada vez más sensible, sentía la felicidad, enojo o tristeza de lo que leía. Su enfermedad había dejado intacto al cerebro, el tiempo sólo desgastaba su viejo cuerpo. Seguía escuchando esa cassette, lamentaba aún lo de su hermano, cuando se enojaba o alegraba con Claudia pensaba cosas similares a las que había escrito hace veinte o más años. Sólo que ahora las grandes angustias le parecían quejas, leves molestias por las cuales no valía la pena desgastarse tanto... si tan solo en esos momentos él hubiera sabido que no era tan malo. Si tan sólo ahora el supiera que moriría en unos meses sin dolor y que Claudia le seguiría, sin sufrir. El pobre viejo leía los distintos diarios como si acabara de escribirlos, el viento soplaba fuerte y cada vez más fresco. Rubén no encontraba fuerzas para moverse, las piernas le pesaban, respiraba profundamente y soltaba el aire con pesadez. Sentía que cargaba con la vida, la suya, la de Sandro, Claudia, sus sobrinos, sus padres; daban vuelta en su cabeza todos los sentimientos posibles, incapaz de distinguir una sola idea, un sólo pensamiento. La caminata y el aire fresco no le sentaban bien, necesitaba deshacerse de esos diarios que siempre lo hacían sentir nostálgico, haciéndole pensar que toda su vida giraba en torno a momentos críticos. Rubén olvidaba que el solía escribir cuando estaba triste, por lo que siempre encontraría malos recuerdos.

Fueron a buscarlo pasadas las ocho de la noche, sus sobrinos sabían donde encontrarlo puesto que siempre que salía de paseo terminaba en esa banca con el mismo aire devastado. Los niños que seguían jugando se despidieron de ellos y entraron también a sus casas.

Jueves 4 octubre 2002
Desde joven me sentido viejo como lo soy ahora, cuántos años más he de vivir en esta monotonicidad.

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