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Testimonios de una "ex" anorexica


En mis fotos veo los secretos que mi sonrisa intenta ocultar. Las redes sociales me permitieron mostrar el rostro que yo misma deseaba ver, el de una chica feliz rodeada de amistades y una vida llena de ambiciones.
En el fondo (¿cuál fondo?) no había nada de todo eso, sino un hueco, una oscuridad tremenda de la cual resonaba una voz. En mis fotos leo mi lucha contra esa voz, intentaba ignorarla, buscaba rodearme de pruebas de mi felicidad, de mi fortaleza… me sabía más imponente que esa voz pero me llevaba. No había un camino preciso, simplemente era profundo, lleno de contradicciones y obstáculos, parecía impenetrable y aun así me tragaba. La tristeza de mis ojos, el cansancio de mi corazón, la batalla más dura de mi vida hasta ahora.

Son pocas las fotos que me relajan, momentos in fraganti donde toda noción de lucha desaparece y parezco vivir el instante. Insouciance eternelle. Me siento bien al verme, casi orgullosa de mí misma.

Hoy mi sonrisa no la utilizo para persuadirme de mi felicidad, la dejo florecer cuando quiere, no la controlo, tiene existencia propia. Dejo mis y mi rostro hablar sin pena porque lo que tienen que decir no me avergüenza más. Cada uno de mis rasgos cuenta una historia más que un estado de ánimo. Hoy la voz no es más que un escalofrío que siento cuando estoy vulnerable, me llega al estómago y a la cabeza. El fondo es el estómago, continuación o extensión del cerebro, receptáculo del corazón.
El fondo me invita a asomarme, quiere que sienta el abismo, que me deje llevar. Tan sencillo dejarse caer, soñar con levantarse del otro lado liviana como una mariposa. Papalotl, mi abuela Alicia se convirtió en mariposa el día en que liberamos sus cenizas en Veracruz. Ser como el viento y no cargar con el peso de del cuerpo, dejar de buscarse en esta aglomeración de músculo, grasa, huesos, nervios y líquidos. Pero a mi gran sorpresa, cuando estuve a punto de pasar del otro lado tuve miedo. Tan cerca de la ligereza, de l’anéantissement. Paradoja, miedo repentino a dejar de existir tan acostumbrada que estoy a esta forma de ser, a mi corporeidad. Le llaman instinto de supervivencia, nuestra base animal que retoma las riendas cuando el alma ha perdido todo interés en el mundo. Salvavidas de la naturaleza, instinto, concepto misterioso, explicación a veces insuficiente, no para mí.

Volver a vivir, encontrar mis sensaciones y caer en los excesos. Lastimarme, odiarme, quererme un poco, levantarme cada vez para llegar donde estoy hoy. La historia de mis fotos, mis ojos contando un momento distinto de esta vida fragmentada. Un corazón que palpita, retumba en el pecho y me recuerda que puedo seguir andando que cada día que pasa es uno más en armonía con mi cuerpo. Felicidad cómo y dónde hallarla.

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