Esperaba en la
estación de trenes del norte de París (Gare du Nord) a que apareciera el
andén de mi tren. Era demasiado temprano, mi tren salía en cinco horas pero las
cosas se habían dado de ese modo y no me quedaba más que ser paciente. Había
dejado el cuarto de la residencia para jóvenes trabajadoras a las 12pm con
cierto rencor. Llevaba poco tiempo viviendo sola y mi familia estaba lejos, la
directora de la residencia contaba con ello para hacerme responsable de ciertas
degradaciones en la habitación. Recordaba la discusión y me daba coraje no
haber sido más agresiva en mis respuestas.
- El
lavabo tiene una fisura y la pared está amarillenta, eso no está anotado en la
ficha que elaboramos cuando usted ingresó.
- Pero
ustedes estaban al corriente de ello, bajé a la oficina a decírselos el día
siguiente y la secretaria me dijo que escribiera una carta, cosa que hice.
- Sí
pero ya habían pasado las 24h y después de ese tiempo no se puede modificar la
ficha.
- A mi nadie me habló de 24h y les notifiqué al día siguiente en la mañana, apenas habían pasado 12h.
- Pues no me llegó a tiempo. Deberemos retener una parte de su depósito, le enviaremos la factura y el monto por correo a la dirección que nos indicó.
Ahí estaba yo con
mi impotencia, mis dos maletas, mi mochila y mi bolso. Aunque tuviera muchas
horas por delante era inconcebible pasearme con todos mis bagajes y la
experiencia me prohibía regalarme un café o posarme en un restaurante. De todos
modos alrededor de la Gare du Nord no se puede decir que haya grandes
cafés ni grandes restaurantes, no creo haberme privado mucho.
Lo que me agrada
de esperar en ciudades grandes y lugares de llenos de gente es el saberme
invisible. Después de un rato me vuelvo parte del mobiliario del sitio, soy
parte de la estación de trenes, nadie se fija realmente en mí y yo los observo.
Observo las familias grandes, las pequeñas, la gente que va sola, los grupos de
amigos o de asalariados apresurados. Veo la gente que como yo se ha vuelto
parte del sitio y luego me pasan desapercibida porque como yo son espectadores
y no parte del espectáculo. Ahí estaba sentada en el suelo de la Gare, pensando
en el depósito perdido, en la lección que debía sacar de esa experiencia, en lo
que estaba por venir.
El viaje fue
mucho más corto que la espera. En Lille el novio había encontrado un amigo de
la universidad que podía hospedarnos la noche de manera que pudiera registrarme
en la residencia estudiantil al día siguiente. Aplaudimos la hospitalidad
latinoamericana pero hay lugares y personas que llevan la hospitalidad en sus
corazones.
Todos los
edificios de la residencia eran de los años 60, solo que en mi edificio no había
habido ninguna renovación desde entonces. Los cuartos eran austeros, la cama
debía a penas medir 1m70 de largo tenía una mesa una silla incomodísima de
escuela, un librero con dos tablas de madera, un mueble para guardar los
trastes y algunos víveres, un ropero y un lavabo con espejo. Los baños y duchas
compartidas no me causaban problema en sí, pero la poca decencia de algunos
volvía su utilización un suplicio. Vivir sin refrigerador implicaba cierta disciplina
pero en esas circunstancias las personas tienden a ser solidarias entre ellas,
quien tenía refrigerador lo proponía, quien había hecho comida de más invitaba
y así sucesivamente.
Cinco años no es
mucho, es poco más que una licenciatura, es apenas un fragmento de mi vida pero
como tantas cosas han cambiado me parece que el tiempo se ha extendido. El
tiempo pasado en Francia pasa más lentamente, el río no lleva prisa, se congela
por momentos, crea cascadas. No sé dónde estaré en cinco años o cinco meses,
sólo puedo recordar de dónde vengo.
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