No quiero emocionarme de más, por miedo a desilusionarme más tarde. Ni quiero ignorar el optimismo que invade mi corazón. Un trabajo es sólo eso, un trabajo, pero también es la vela que impulsa al barco. Hoy firmé un contrato importante que marca el principio de una vida más o menos adulta.
Tengo suerte e imagino que también tengo cualidades. Ocupo un puesto que necesita que sea multilingüe, pero yo no tuve que hacer ningún esfuerzo para hablar más de un idioma. Nací con dos lenguas maternas, la de mi madre y la de mi patria. No necesité entrenarme a pronunciar la “u” francesa ni la “erre” castellana. El inglés vino naturalmente, por proximidad geográfica imagino, pasión rocanrolera y una hermana viajera. El italiano es el único idioma que tuve que trabajar, pero cuando se tiene el francés y el español de respaldo todo resulta mucho más fácil. Tengo suerte porque nací con ese privilegio.
Sigo trabajando por encontrar un punto central en el que se encuentren mi lado francés y mi lado mexicano. Giro alrededor del centro, sin saber realmente si me acerco o me alejo, movimiento constante de mi ánimo y de mis múltiples ramas. Toda fortuna tiene su parte de pena. La suerte que me abre las puertas del mundo me deja frecuentemente una impresión de vacío.
A veces firmar un contrato va más allá de lo que está escrito, implica un cambio de perspectiva en la vida, por eso este nuevo compromiso me lleva tan lejos en mis pensamientos. Llegué a Francia con dos maletas y mucha energía, mis pesos se volvieron euros y sentí una precariedad que hasta entonces nunca había conocido. Mi primer empleo me dio derecho de acceder a un alojamiento. Mi segundo empleo me permitió terminar mi máster. Mi tercer empleo, el actual, me permite acceder a una vida de persona grande… sin estar convencida de lo que quiero decir con eso.
Detrás de toda esta suerte están mis padres, mis hermanos y mi abuela paterna. Esta última volvió al cielo demasiado temprano, tengo recuerdos construidos a partir de fotografías y objetos amorosamente guardados. Pero desde el cielo Alicia, mi abuela, hace brillar las estrellas que guían mi embarcación. Quizá eso sea la Fe, desde el día en que sus cenizas se convirtieron en una mariposa estoy convencida que me cuida.
Si no ha quedado claro estoy agradecida por lo que vivo y lo escribo mientras no me ataca la inseguridad del vacío.
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