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La pesante ligereza de Lucie Mora - extracto

III

“Geryon paused. Facts are bigger in the dark.
Sometimes then he would descend to the other
bunk and let his brother do  what he liked
or else hang in between with his face pressed
into the edge of his own mattress,
cold toes balancing on the bed below.”              
Anne Carson – Autobiography of Red
Estado de México – 2007

A veces, para resolver la tristeza se necesita llevarla a la depresión. Para liberarnos del enojo debemos tener acceso a la cólera y así. Hay veces que el método de los extremos funciona y otras no. Si pasa lo segundo empezamos a cultivar cosas extrañas: plantas ponzoñosas, hongos pútridos, flores carnívoras, árboles sangrientos. ¿Cuánto tiempo hace falta para que todo ese veneno llegue a nuestro corazón?

- Oye pa, vamos a pasar por casa de Rosa, ¿me pueden dejar ahí?
- ¿Para qué? Mañana salimos temprano para el nevado.
- Recuerda, les dije que Rosa me invitaba al cumpleaños de su hermana.
- Ya es tarde, no vas alcanzar a nada.

Siempre se terminaba así, siempre aceptar que no tenía derecho ni permiso de hacer cosas que la mayoría de mis amigos hacían cotidianamente. Si cumplía con todo lo que me pedían ¿por qué me hallaba continuamente en esa situación? Tan Lucie, tan apartada de todo, tan ignorada. La rabia me subía a la cabeza.

-Bueno te dejamos aquí, pero mañana si no estás a las siete en punto te quedas sola en casa.

Ese cambio de situación me había dejado sin palabras, pensaba que una vez más terminaría en la casa y sin derecho a quejarme sobre la decisión de mis padres. Me sentía enojada y no lograba alegrarme. A pesar de eso logré sacar una voz limpia.

-Gracias, se los prometo, ahí estaré bañada y todo.
-Cuídate.
-Sí, bye.

Rosa era de esas amigas que siempre que decíamos que teníamos cosas que decirnos terminaba por hablar todo el tiempo sin que pudiera decir nada. Había aprendido a escuchar y a decirme que de todos modos lo que tenía que decir no era realmente importante. Pero la quería, era nueva en la escuela y todas mis amigas habían cambiado de estado o de preparatoria. Fue mi primera amiga y me gustaba que fuera lo opuesto a Estefanía. Solía pasar más tiempo en su casa que en la mía, simplemente porque ahí no debía darle explicaciones a nadie de donde iba ni porqué ni por cuánto tiempo. Su familia viajaba a menudo y so pretexto de los exámenes Rosa y su hermana solían quedarse solas en su casa y organizaban una que otra fiesta. Mis padres nunca supieron nada sino nunca hubiera podido asistir a ninguna de sus fiestas, ni siquiera las que sus padres organizaban.

Entré aún con el sabor amargo de la ira en mi boca, con una profunda sed de venganza, con el deseo de enterrar mis emociones en un líquido aún más espeso, de sofocarme y despertarme con una serie de choques eléctricos.

-¡Rosa!
-Pensé que no vendrías wey, qué emoción.
-Pues mi papá tomó la ruta que pasa por tu casa.
-¿Y tú comida?
-Ah, bien.
-Ve te presento los amigos de mi hermana, si recuerdo todavía sus nombres: Antonio, Felipe, Marco y Luis.
-No me llamo Luis pero gracias. Esteban encantado. ¿Y no nos presentas esta encantadora mujercita, Rosa?
-Me llamo Lucie.
-Muy francesita la güera ¿o cómo?

Odiaba ese nombre. ¿A quién se le ocurría llamar a su hija así en México? Era como plantar un tulipán en un maizal. La flor no se sabría diferente pero las voces del viento se lo revelarían.
-Cállate Esteban, ya te pusiste pesado.
-Bueno muchachos, ahí los dejamos.

Tomé a Rosa por la cintura y la jalé para poder susurrarle y ocultar mi voz ensombrecida.

-Rosa, dime que tienes vodka.
-Sí, creo que mi primo Saúl trajo. Pero no te pongas así, son bien llevados.
-Equis, ya me acostumbré. Además hoy vengo con actitud de festejar hasta el amanecer.

La amargura seguía en mi boca y en mi mente no había más que tinieblas. Yo no quería festejar absolutamente nada. Esa noche Lucie olvidaría a Lucie, toda la maquinaria se había puesto en marcha, yo era la perdición, la angustia, el dolor, la pena de no entender absolutamente nada de lo que podía o debía ser. Y alguien me iba a ayudar a aniquilarme. Mi víctima fue uno de los jóvenes que me había presentado Rosa, precisamente Esteban, mi fin debía ser glorioso. Tenía 26 años, sólo veía películas de acción, soñaba con ver amaneceres en la playa y conocía todas las canciones de Maná. Un hombre insípido pero que se esforzaba en darle profundidad al vacío de sus palabras.

-Perdón por hace rato, fue una pendejada.
Y añadió como queriendo hacer una broma:
-No es tu culpa si eres francesa.
-No importa, al menos no intentaste deformar mi nombre en todas sus posibles pronunciaciones.
-¿No soy el más molesto de tus ligues?

Odiaba esa palabra, merecería ser enterrada en la más profunda de las fosas y quemada y su ubicación borrada de todo mapa. Una palabra horrible y vulgar que no designaba absolutamente nada.

-¡Ha! Eres demasiado seria. Seguro eres una hija de papi, con buenas calificaciones y que nunca sale a empedarse. Pero también estás bien guapa, seguro todos los de tu salón están tras de ti.
-¿Por qué harían eso?
-Porque estás guapa y se ve que sabes pensar.
-Ah, pues no.

Y la verdad era que ningún compañero de clase tenía el menor interés en mí. En el fondo sabía que tenía muchas cosas que compartir y que podrían encontrar interesantes. Solo que la amistad necesita que se frecuenten los mismos sitios y eso nunca sucedía. Esperaba que la conversación no seguiría ese camino, porque eso me llevaría a una gran inestabilidad emocional y entonces solo pensaría en salir, acostarme sobre el pasto mojado y dejar que la lluvia me disolviera lentamente hasta que la tierra me absorbiera absolutamente.

-Ya perdón, perdón, me estoy poniendo pesado. Pero tengo una duda, tienes 17 años ¿verdad?
-Sí, ¿por?
-Es que estás muy chica.
-¿Para qué?
-No, no te digo. Creo que estamos bebiendo demasiado.


Pero los dioses quisieron que el ritual se llevara a cabo. La víctima estaba en mi red. Notaba en su mirada una real preocupación ¿por mí, por mi edad? Yo llevaba una eternidad esperando el golpe fatal, mi propio castigo por ser todavía una niña. Fue a partir de esa noche que empecé a escuchar la risa maliciosa en el fondo de mi espíritu. 

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