Tuve un sueño, en
una noche larga y oscura, en el que te encontraba y me dormía profundamente.
Eras tan grande que apenas podía reconocerte, también eras un árbol. Pero ya
sabes cómo son los sueños, uno puede ser cualquier cosa físicamente, sin dejar
de ser sí-mismo. Y aunque fueras árbol seguías usando tus pendientes de jade, sólo
tú usas esos pendientes. El viento silbaba y sacudía tus hojas, tu tronco
rechinaba pero el cielo era completamente azul. El sol permanecía tranquilo en
una esquina, como en un cuadro dibujado por un niño, y no se vislumbraba ni una
sola nube. El pasto era de terciopelo y liberaba un aroma dulzón de tierra mojada.
Las grietas de tu tronco habían sido invadidas por el musgo. Te veías tan
hermosa y tranquila. Tus ramas se mecían como si fueran millones de brazos, me
decían “ven” y mis piernas obedecían más tu voz que a mí. Me senté frente a ti
y esperé a que el viento se convirtiera en un simple murmullo. Llevaste tus
ramas hacia mí, elevándome hasta tu cima, protegiéndome del sol, mostrándome
toda esa tierra desierta, cubierta de pasto y de luz. Me acurruqué ahí embelesado
por tanta paz y creo que jamás desperté.
Palabras de enojo, De felicidad, Espontáneas, Nadie las toma en serio pero tú. Por ser espontáneas creen que escapan a la reflexión. Pueden perdonarse, son ajenas a la voluntad. Creen que son meros reflejos, rezagos de nuestras emociones. Sólo tú sabes que son pensamientos inmaduros, mal formados, profundos y siempre voluntarios. Cada palabra tiene su peso, un valor y un poder. Ninguna palabra puede ignorarse bajo pretexto que se dijo espontáneamente, eso me lo enseñaste tú.
¡Buenos días! (Olor a mantequilla en el aire y las manecillas más allá de las 10)
ResponderEliminar:D!!
Eliminar