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Aterrizar

Alors? ¿Entonces? La cosa es que tengo mucho guardado dentro y poco fuera. Soy como una parcela de tierra, aunque tenga las semillas, y a las semillas se les riegue para que salga algo hace falta mucha paciencia. Quién sabe si la tierra agoniza entretanto, imaginen todas esas semillas dentro sufriendo quién sabe qué transformaciones y transformando de quién sabe qué manera la tierra que las rodea. Yo soy como esa parcela de tierra, fecunda y lenta en dejar brotar las ideas. Salir del frio de Lille para descansar en el frio de Paris y caer en las llamas calurosas del metro del Distrito Federal; todo para encontrarme poco después en los brazos de Paris y en el viento gélido de Lille. De entrada son muchos cambios sensoriales. Siento que cada parte de mi cuerpo está en un lugar distinto, en una de esas me entero que sigo en el avión y que mi vuelo lleva más de una semana de atraso. Quizá sea eso y lo creo cada día con más firmeza, yo sigo en el avión en medio del océano Atlántico.

Ahora bien, existe el problema de que parece que estoy aquí, en Lille, en mi universidad y la gente al verme se exclama “¡Chloe! Qué gusto verte” y yo como una idiota les sonrio, porque no puedo realmente decirles la verdad: no he llegado aún. Pero si sólo fuera eso quizá las cosas no estarían tan mal. Lo peor es que debo responder ante toda autoridad o institución en tanto que Chloe, no les importa si sólo un cacho de ella está frente a ellos, debo hacerme cargo de los pagos, las inscripciones, las entregas, el trabajo, en fin, si estamos enteros o en cachitos vale m...

No he terminado de entender que hace poco más de una semana pude ver las jacarandas de Reforma y que fui innoblemente aplastada en el metro del DF. Algo eternamente familiar viene a mí cuando reconstruyo el recuerdo de los mercados o de los ruidos de la ciudad. Pero este viaje se resume en vivencias particulares. Era indispensable que el escenario fuera la Ciudad de México, sin embargo mi atención estaba tan centrada en los personajes que me acompañaban que lo podían haber cambiado a la mitad del encuentro y no me hubiera dado cuenta.

Quise meterme en las entrañas de la ciudad, sentirla vibrar y temblar, verla sin sus máscaras, a través de la comida. Esa comida que uno conoce por vivir ahí, que no requiere de mesas ni de sillas, sino de personas que sepan comer bien y hablar mejor. Esa fue la ciudad que viví esta vez. No me sentí más extranjera que antes ni más mexicana, pero esta parte de Chloe que escribe se sabe enteramente orgullosa de su país por razones que no sabría dar.

Y a pesar de todo no puedo evitar sentirme absolutamente desamparada en este país donde la gente es distante pero amable. Quisiera sentir mi lugar marcado en algún sitio, pero sé que eso es absurdo, la existencia del lugar no puede preceder mi existencia, ni mi existencia implica la existencia del lugar. La tierra no sabe si todas las semillas van a germinar, algunas se pudren y si salen malas hierbas no hay nada que pueda hacer para poderlo evitar. Me siento como una parcela de tierra: tan llena de todo pero aún sin nada. Eso claro, suponiendo que la tierra sienta.


Entonces ¿hacia dónde voy? En algún sentido el camino parece estar bien trazado, clarito y con flechas indicadoras, pero en otro sentido ese camino se lo puede llevar el viento. Cuando avanzo debo examinar con cuidado donde pongo mis pies, ser capaz de recordar de dónde venía y el lugar al que quería llegar. Es indispensable crear caminos alternativos y a la vez guardar energía por si las cosas salen mal. Y este momento se siente de espera, las semillas están germinando y mi avión aún no aterriza. Estoy sorprendida de lo rápido que puede ir el mundo en comparación con la velocidad con la que soy capaz de asimilarlo. Reconozco mi pequeñez ante la gran cantidad de eventos que tardo en procesar, en entender y en volver a imaginar. Los puedo sentir pero para pensarlos debo trabajar mucho más, esperar y dejar el todo madurar. Y ahora que he dicho esto puedo volver a descansar y esperar que lo que llevo dentro empiece a brotar.

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