Por momentos el mundo me parece un telar gris sin formas a las cuales prestar atención, sé que alguna vez vi los colores del universo pero no puedo recordarlos, me quedo viendo de manera estúpida lo gris de todo lo que me rodea.
Y no es cierto que todo sea grisáceo.
No es cierto que el universo esté lleno de colores, es una forma de hablar, y a menudo no me doy a entender porque mi lengua es torpe, porque las palabras no fluyen, porque como dijo Woolf en uno de sus ensayos, no soy Montaigne, y describir por lo que pasa por mi alma es una cosa absolutamente complicada.
Pero es cierto que cada día que me levanto siento que hago lo mismo que ayer y que la semana pasada, no pude disfrutar la noche, ni siquiera la sentí pasar. El autobús no es el mismo, pero veo a la misma gente en él, los mismos baches, las mismas inconformidades. Pero de la nada sale un destello de luz y el lienzo se dobla, se retuerce, busca un nuevo punto de equilibrio.
No, el mundo no es monotonía, me corrijo, es cíclico, y ya lo había dicho Hannah Arendt y lo dijo y pensó mejor que yo, pero eso dijo, que el mundo de los hombres tiene esa maravillosa y escalofriante cualidad de la circularidad.
Y por momentos me siento absolutamente estática, pero sé que el tiempo pasa por mí, porque el tiempo no se olvida de nada ni de nadie. Siento que me pierdo de la vida mientras estoy estática y mi corazón bate con fuerza pero no me muevo porque lo veo todo tan igual que ayer, tan igual...pero no, el lienzo ha cobrado nuevas formas y no las puedo distinguir realmente.
Ay, y crecer dentro de los ciclos, de la repetición, de la vida y de la muerte, crecer para siempre salir de los patrones y hacer de lo cíclico algo menos aburrido. Monotonía no es la palabra que debí usar en primer lugar, pero mi lengua es torpe, yo soy torpe, no logro decir lo que con tanta claridad me dibuja mi alma, si es que tengo una...no sé.
Y ha muerto el único poeta que he conocido y quisiera como él dibujar con mis palabras los sentimientos que me abarcan, la tristeza y la alegría. Construir el lienzo deforme, plasmar en él los colores que día con día pintan una parte de mi cuerpo y de mi mente.
Este cuerpo que habito, que aprendo a querer poco a poco y que quizá un día ya no quiera más, por sus arrugas y su edad. Este cuerpo soy yo y no, cada mañana veo con curiosidad mi reflejo en el espejo, me desconozco, me identifico, soy un camaleón, es mi rutina.
Ciclos, como los de Gabriel García Márquez. Ciclos llenos de encantos que no dejan de señalar el mismo destino, la mundaneidad, la existencia, el amor, la vida misma.
Todo por momentos me parece un enorme lienzo gris, sin pliegues ni giros, perfectamente uniforme. Pero soy débil y sé que debo cuidarme de las apariencias y más si hablan de colores.
Y no es cierto que todo sea grisáceo.
No es cierto que el universo esté lleno de colores, es una forma de hablar, y a menudo no me doy a entender porque mi lengua es torpe, porque las palabras no fluyen, porque como dijo Woolf en uno de sus ensayos, no soy Montaigne, y describir por lo que pasa por mi alma es una cosa absolutamente complicada.
Pero es cierto que cada día que me levanto siento que hago lo mismo que ayer y que la semana pasada, no pude disfrutar la noche, ni siquiera la sentí pasar. El autobús no es el mismo, pero veo a la misma gente en él, los mismos baches, las mismas inconformidades. Pero de la nada sale un destello de luz y el lienzo se dobla, se retuerce, busca un nuevo punto de equilibrio.
No, el mundo no es monotonía, me corrijo, es cíclico, y ya lo había dicho Hannah Arendt y lo dijo y pensó mejor que yo, pero eso dijo, que el mundo de los hombres tiene esa maravillosa y escalofriante cualidad de la circularidad.
Y por momentos me siento absolutamente estática, pero sé que el tiempo pasa por mí, porque el tiempo no se olvida de nada ni de nadie. Siento que me pierdo de la vida mientras estoy estática y mi corazón bate con fuerza pero no me muevo porque lo veo todo tan igual que ayer, tan igual...pero no, el lienzo ha cobrado nuevas formas y no las puedo distinguir realmente.
Ay, y crecer dentro de los ciclos, de la repetición, de la vida y de la muerte, crecer para siempre salir de los patrones y hacer de lo cíclico algo menos aburrido. Monotonía no es la palabra que debí usar en primer lugar, pero mi lengua es torpe, yo soy torpe, no logro decir lo que con tanta claridad me dibuja mi alma, si es que tengo una...no sé.
Y ha muerto el único poeta que he conocido y quisiera como él dibujar con mis palabras los sentimientos que me abarcan, la tristeza y la alegría. Construir el lienzo deforme, plasmar en él los colores que día con día pintan una parte de mi cuerpo y de mi mente.
Este cuerpo que habito, que aprendo a querer poco a poco y que quizá un día ya no quiera más, por sus arrugas y su edad. Este cuerpo soy yo y no, cada mañana veo con curiosidad mi reflejo en el espejo, me desconozco, me identifico, soy un camaleón, es mi rutina.
Ciclos, como los de Gabriel García Márquez. Ciclos llenos de encantos que no dejan de señalar el mismo destino, la mundaneidad, la existencia, el amor, la vida misma.
Todo por momentos me parece un enorme lienzo gris, sin pliegues ni giros, perfectamente uniforme. Pero soy débil y sé que debo cuidarme de las apariencias y más si hablan de colores.
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