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Periférico

Tensión en los hombros, en los brazos y en mis manos que sostienen el volante. No me estoy desenvolviendo como quisiera, ni como debiera. Sus ojos están posados sobre el camino y sobre mí, lo desespero puedo sentir su respiración hacerse cada vez más espesa y el aire a nuestro alrededor más denso y menos respirable.
La noche ha instalado su manto sobre la ciudad y el viento que nos lleva refresca mi rostro, me aliviana un poco.
El coche responde cada vez con mayor rapidez, pareciera que quiere llegar tan rápido como nosotros a un lugar conocido. De vez en cuando me permito ver a mi alrededor aunque el temor empieza a apoderarse de mis piernas cansadas de pisar y soltar el freno. Cuando desvío mi mirada hacia las avenidas y edificios circundantes su voz se eleva y me señala algo que no puedo entender porque mis oídos me han fallado.
Un metro, dos, tres, cuento cada centímetro cuadrado que avanzamos aunque no le doy tanta importancia ya que estamos tan lejos y tan en ninguna parte…pienso que por eso ya perdió el control, estar tan en la nada saca de quicio y no poder hacer algo al respecto es muy frustrante.
Los demás duermen, eso está bien o no, quién sabe, en realidad solo somos yo y el camino en este momento. Los demás conductores han adoptado diferentes actitudes, unos cantan, otros dormitan y los pocos como yo no hacemos nada excepto contar los milímetros avanzados.
Si hubiéramos tomado la autopista cuando me lo dijo no estaríamos aquí, pero tuve miedo y mis oídos ya se habían cansado de fungir como intermediarios entre el mundo exterior y yo. No quería ni podía hacer caso de más instrucciones, pero jamás pensé que me vería en este lío, de haberlo sabido…ni caso tiene decirlo.
Me he vuelto una máquina, avanzo cuando se puede y aprovecho los espacios que dejan los despistados, encontramos una ruta pero no es la correcta, nos alejamos de todo refugio y descanso, van a dar las cuatro de la mañana.
Se ha enojado, conmigo, con los que duermen, con los que nos rodean, con quienes cerraron el camino, con todos. No puedo hacer nada, nada más que aguantar las consecuencias de mi fallida decisión.
Finalmente el camino se libera, estamos en algún lugar medianamente familiar, sin embargo el camino sigue siendo largo, estoy feliz, sí feliz pero no puedo cambiar la mascara de concentración y cansancio que se ha puesto en mi rostro. Estoy hecha un manojo de nervios, pero nada sale, solo mi respiración pesada de vez en vez como el plomo.
Error, pasé el bache muy rápido, dos, tres y uno más, debo relajarme, abrir más los ojos, como si quisiera que salgan de sus órbitas, necesito verlo todo, llevar el volante a la perfección sin que nadie me turbe, ni siquiera su respiración (que se ha vuelto viscosa).
Aún puedo chocar, aún puedo tener un accidente y no podría con la culpa, podría matarlos a todos y salir viva, o dejar a uno discapacitado, no quiero ni pensarlo, me concentro.
Llegué, llegamos, estamos aquí en el refugio a salvo. En un par de horas empezará a amanecer quiero tocarle una palabra, pero no puedo, se baja estrepitosamente y no se voltea a verme. Soy una vergüenza, nadie tarda tanto en llegar al refugio, he logrado un desgraciado récord. Lloro, no sé qué hacer, no tengo más fuerza ni voluntad de nada. Ellos se han despertado, o quizá nunca durmieron pero dejé de percibirlos. Mi llanto me vuelve a la vida, siento mis piernas debilitadas y mi cabeza adolorida, las manos molestas y los hombros absolutamente duros. Mi cara no es mía es de otra mujer, está demacrada, lleva ojeras y una sonrisa desdibujada.

Lo hemos logrado pensé, no importa nada ya que no maté a nadie.


Intento dormir y duermo pero la noche no me dura casi nada el sol se levanta y todo me parece una gran ficción.

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