"Vous êtes belles, mais vous êtes vides, leur dit-il encore. On ne peut par mourir pour vous. Bien sûr ma rose à moi, un passant ordinaire croirait qu´elle vous ressemble. Mais à elle seule elle est plus importante que vous toutes, puisque c´est elle que j´ai arrosée, Puisque c´est elle que j´ai mise sous le globe. Puisque c´est elle dont j´ai tué des chenilles (sauf les deux ou trois pour les papillons). Puisque c´est elle que j´ai écoutée se plaindre ou se vanter, ou même quelque fois se taire. Puisque c´est ma rose." Le Petit Prince, Antoine de Saint Exupéry.
La rosa y el principito
La primera vez que leí El Principito recuerdo haber odiado su rosa, me parecía frívola y con un ego exagerado. Me enojaba con el principito por cuidarla tanto y volverla absolutamente insoportable. Pero pude haberme equivocado. Dudo sobre la actitud que debo tomar ante esta rosa, he dejado de odiarla y al menos de esa forma podré pensar con mayor claridad qué hacía que el principito la quisiera tanto.
Fuera de adornar el asteroide B612, la rosa no hacía nada. Era frágil y exigente, quería tener al principito siempre cuidándola. Recuerdo que la primera vez que leí el libro me alegraba de que dejara su asteroide y la dejara independizarse un poco, hacerse a la idea de que el principito no estaba para ella.
La rosa tuvo que quedarse sola, quizá con la idea de que sin el principito ella no era nada más que una rosa en un asteroide. No le servía de nada ser bella si se quedaba sola en ese lugar, pero no tenía más opción que esperar.
Quizá no deba odiar a la rosa, quizá ella tenga algún tipo de angustia de raíz que la obliga a actuar así. Quizá piensa que si no exige que la cuiden perderá sus pétalos y dejará de ser bella. Una rosa que no es bella no puede decirse con orgullo una rosa. Al maltratarse y perder sus pétalos se puede reconocer a una rosa que no fue amada ni vista. Para ser bella alguien debía quererla.
No puedo juzgar a la rosa, ni siquiera tratarla de egoísta. Vive de la devoción del principito y él se siente feliz en su asteroide al verla radiante. Puede que otras rosas, como las de la tierra, sean menos caprichosas, menos demandantes y de espíritu más liviano. Pero ninguna de ellas ha vivido la necesidad de volverse el centro de atención de otro ser, ninguna de ellas se ha preocupado por llenar de alegría los días de quienes las observan. Ninguna ha tenido la necesidad de despertar un corazón bondadoso para vivir.
No puedo juzgar al principito por querer a la rosa por encima de todas las demás. Ni puedo juzgar a la rosa por su aparente vanidad. Pienso que la rosa y el principito se buscan más allá de la simple belleza, aunque cueste trabajo verlo.
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