Hoy me desperté creyendo que era la misma de ayer, me senté al borde de la cama y el sol ya me daba en la cara. Puse mis pies en el suelo frío y con el cuerpo medio dormido intenté levantarme. Mis piernas no quisieron hacer nada por mí, me quedé sentada, con la mirada perdida pensando que después de todo no sería extraño ser otra hoy de la que fui ayer. Recuerdo que me costaba trabajo mantenerme de pie, y que no había lugar donde sentarse. Las cosas se veían con una luz casi café y la gente era gris. Me veían como se ve un árbol descuidado, sin verme. Hubiera querido sentarme, pero no había lugar, estaban todos tan bien acomodados, el brazo en el descansabrazos, la mano entretenida con un vaso o un cigarro; las mujeres cruzaban las piernas, los hombres cambiaban de postura según se acercara o distanciara la mujer. Quería caminar pero mis piernas habían decidido dejarme allí plantada en el centro de la habitación. Todo pasaba lentamente, la casa no era ya una casa, no estaba en ningún lugar y aún así yo pensaba que podía hablar o que alguien podía verme caer. Sé que pasaron varias horas antes que me diera cuenta que estaba en el suelo, me asustaban sus caras extrañas, plásticas y apáticas. Podía hablar pero mi cuerpo se comportaba como una masa inerte. Pretendí dormir mientras me llevaban al cuarto, fingí tan bien que de hecho llegué dormida a la cama. Y hoy que me despertaron el viento, las aves y el sol me pregunto si soy la misma que ayer.
Palabras de enojo, De felicidad, Espontáneas, Nadie las toma en serio pero tú. Por ser espontáneas creen que escapan a la reflexión. Pueden perdonarse, son ajenas a la voluntad. Creen que son meros reflejos, rezagos de nuestras emociones. Sólo tú sabes que son pensamientos inmaduros, mal formados, profundos y siempre voluntarios. Cada palabra tiene su peso, un valor y un poder. Ninguna palabra puede ignorarse bajo pretexto que se dijo espontáneamente, eso me lo enseñaste tú.
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