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Eres como un niño que suelta ideas al azar, deja correr las palabras y luego, tranquilamente exige un beso. Llevas en el pecho un ruido eterno, penas ajenas, dolores históricos que poco tienen que ver contigo.
Lo nuevo te parece extraño y ajeno, no te gusta lo que conoces ni sientes la necesidad de ir más allá. Estás aquí como en cualquier otro lugar y aunque tú no lo veas tus ojos muestran mayor curiosidad de la que te gustaría admitir.

Eres capaz de percibir el ir y venir del mundo, las inconsistencias del movimiento, las irregularidades en los pensamientos. Todo cambio de humor te afecta, absorbes energía y no te das cuenta.

No sabes que cuando hablas alteras la realidad, dejas de señalar los hechos. Tus palabras no son meras etiquetas, son la realidad misma bajo tus ojos críticos y siempre inquietos. Tus ideas no están quietas, evolucionan, se retrotraen, desaparecen y son descubiertas. La vida te envuelve y al intentar darle sentido te olvidas de ti mismo, te vuelves sordo al ruido.

Quieres estar tranquilo, pero no puedes evitar cuestionar el mundo, sufrir con él y por él. No quisieras relacionarte con esta vida ni con la vida en general, quisieras estar ahí sin más, pero no puedes, no sabes estar así. No te gusta admitir que millones de preguntas te asechan y no sobre la realidad que observas, sino por todos los detalles que pasas por alto, como el ruido.

Eres como un niño porque posees la genialidad de quien siempre está abierto, pero no quiere o no puede reconocerlo. 

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