Ella no lo sabe, pero siempre que lo ve sus ojos brillan. Cuando se va al trabajo cree que va por que está convencida de que es lo mejor. Le gusta irse a cama temprano, sólo para sentir que tiene más energía que cualquiera en la oficina, en las calles, en casa, siente que sólo así será capaz de hacerlo todo bien. A Montse no le gusta el desorden, ni las sorpresas, no disfruta nada que esté fuera del plan. Él lo sabe, él sabe muchas cosas pero no dice nada.
Están muy enamorados, muy callados y cada quien con lo suyo (como siempre) pero se aman. De vez en cuando les da por hablar de todo, desde el origen del universo hasta la cosa más pequeña (pero nunca insignificante). Cuando hablan cuidan mucho sus palabras, unas son muy frágiles, otras demaciado fuertes; son agresivas y suaves, absolutamente todas importan. Luego vuelve el silencio, se quedan pensando y lo suyo se hace del otro, y hay un terreno común donde ambos pueden descansar tranquilamente.
Su vida es una vida de cuidados, se distraen fácilmente pero nunca olvidan el camino, uno muy suyo. A Montse le gusta que la lleven de la mano a lugares desconocidos y que le hagan creer que ella sola hubiera podido llegar. No le agrada pensar que puede cansarse y que algún día tendrá que descansar. Y cuando descansa le agrada creer que sigue haciendo algo, cualquier cosa. Él lo sabe y la retiene, la hace buscarlo, juega a hacerla feliz y ella no lo sabe, se lo toma muy enserio. Al final ella pierde, se pone triste (tampoco le gusta perder) y él la recuesta a su lado.
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