Se cae el velo de mi cara, se desliza por mi rostro y finalmente veo la extraña realidad. Quizá mi madre tenga razón y no haya ninguna realidad que me oprima, quizá me gusta ponerme en el centro cada vez, me gusta sentir la angustia y llorar. Puede que en el fondo, detrás de sus guantes de cocina, se esconda la verdadera guerrera y que yo, seguidora del liberalismo y del bien social no sea más que un bebe escondiéndose en su cuna. Su pena se define como fracaso, ellos han fracasado como padres, y yo soy una desagradecida. No tengo de qué quejarme, mis lágrimas son herencia de esta generación débil, deben ser eliminadas para siempre. Yo soy feliz, qué extraño que lo haya olvidado, gracias al cielo está mi madre para recordármelo. Yo soy dinámica, alegre, vivaz, lista, linda, accesible, atenta, soy una joya a decir verdad ¿cómo pude olvidarlo? Hoy no lloré señores, tampoco ayer ni los días anteriores. La realidad es esa que pintó mi madre, lo otro es marketing para los cursos de yoga a...