Por largos años me han querido por bella, porque mi luz es profunda como un océano y porque mi manto acoge los más misteriosos deseos. Pero jamás se preguntaron si esa imagen me acomodaba y he vivido con el corsé de sus percepciones sin jamás poder respirar. Más si soy un ser divino y ustedes simples mortales, no veo porque mi luz he de garantizarles. Y aunque al llegar el día me olviden, no los aborrezco, sino compadezco por su enorme incomprensión hacia mi naturaleza. No es mi belleza que me define, pero mi sabiduría y aunque me pudieran robar un beso no sabrían cosa alguna sobre las estrellas ni el universo. Ni mi luz es profunda, ni ilumino el océano, soy guía y farol de quien sabe escuchar el murmullo de las luciérnagas. Por último, si no juzgo a los que bajo mi manto exhiben sus más terribles secretos, no soy por eso cómplice, guardo los secretos humanos como los mitos y leyendas de otros dioses. Soy la luna, ni pura, ni misteriosa, ni bella, sino diosa y reina.
Sigo buscando el principio de mi historia.