Volvió a pasar la mano sobre su rostro, sus ojos estaban rojos y sus labios secos, a nadie se le ocurría preguntarle si tenía sed. Yo lo observaba sorprendida, nunca nadie me había parecido tan frágil y resistente a la vez. Me costaba trabajo verlo a los ojos y no entendía sus palabras. Me hablaba a mí, nos hablaba a todos y mientras todos parecían comprender lo que decía yo no podía evitar pensar en el cansancio de sus ojos azules. Estaba ahí sin estarlo, con esa tristeza que se tiene cuando se ve a alguien que va a morir. Uno de ellos repartía tazas de café sin azúcar, en la mesa había un pastel, los invitados hacían un esfuerzo por olvidar el motivo de su reunión. Su mano delgada me sujetaba con fuerza, quizá en otra vida el me llevaría a explorar todas las cosas que me dan miedo en el mundo. Su espíritu rebelde siempre había asumido el riesgo como parte de todas sus acciones y yo jamás pude comprenderlo. Sé que debí escucharlo, quizá sería...
Sigo buscando el principio de mi historia.